martes, 21 de abril de 2015

Añoranza de Resurrección

(Escrito en 2014, para kcm)
Y es que ahora estamos cada quien en la antípoda respectiva de este semiesférico planeta. Estamos doliéndonos con la turbación del desencanto que provocó la ruptura de una promesa eterna. 
No, condesa mía, ya no tengo el poder para reconquistar el feudo más profundo de ese inerte corazón al que antes estaba ligado mi suspirar, estoy indefenso, proclive a sumirme en la desesperación más abrumadora.

Camina hacia mí, sin prisa, sin pausa, yo te espero, mi corazón no ha reemplazado aún la habitación en que te alojó cuando más lo necesitabas y temblabas como lo haría una campana de catedral mientras va marcando la hora para sus feligreses.

Vuelve a la vida, existe de nuevo, puedes emanciparte del reino oscuro que es la nada y la muerte, ¡vamos! quiebra con ahínco las cadenas de rencor que te atan presionándote hasta asfixiarte, despliega aquellas hermosas alas que mostraste hace poco menos de una década, levanta el vuelo y retrocede los pasos que anduviste errante para perderte.

Un día, una noche, una tarde, una mañana, quizás un café bajo la lluvia, no necesitaremos más tiempo para que te convenzas de que nuestra amistad no tiene fecha de caducidad, te mostraré el origen de la separación entre naturaleza e imaginación, conocerás los bordes que limitan la más sublime locura de aquel sórdido racionalismo.

En tu huida me arrebataste las llaves y colocaste candados, minas, cercos, fortalezas; sé que ni luz ni sonido te alcanzan ahora en lo más hondo de la sima, pero aún es posible que percibas mi sentir. Ven, amiga, hermana, mujer humana.