sábado, 6 de abril de 2019

¿Dónde estás?

Introducción

“Adán, ¿dónde estás?” (cf. Gn 3,9).
¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido?
En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”.
Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo.
El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que el hijo podría perderse… pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar una caída como ésta, un abismo tan grande.*
Ese grito: “¿Dónde estás?”, aquí, ante la tragedia inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un abismo sin fondo…
Hombre, ¿quién eres? Ya no te reconozco.
¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido?
¿Cómo has sido capaz de este horror?
¿Qué te ha hecho caer tan bajo?
No ha sido el polvo de la tierra, del que estás hecho. El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos.
No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz. Ese soplo viene de mí; es muy bueno (cf. Gn 2,7).
No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus manos, de tu corazón… ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado?
¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal?
¿Quién te ha convencido de que eres dios? No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios.
Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”.
De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor.
A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza (cf. Ba 1,15).
Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el cielo (cf. Ba 2,2). Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad.
Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad.
Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre (cf. Ba 3,1-2).
Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida.
¡Nunca más, Señor, nunca más!
“Adán, ¿dónde estás?”. Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer.
Acuérdate de nosotros en tu misericordia.

VISITA AL MEMORIAL DE YAD VASHEM, DISCURSO DEL Papa FRANCISCO,
Lunes 26 de mayo de 2014

*No soy católico-romano, creo que Dios sí sabía exactamente lo que sucedería al darle la libertad al ser humano.

I
El siglo pasado fue el más sangriento de la historia, en buena parte por la tragedia del Holocausto, aquella locura de quienes ebrios de orgullo y poder decidieron ofrecerse a sí mismos; en ofrenda quemada y consumida por el fuego, en festín de reyes paganos; la vida y dignidad de millones de judíos. Genocidio, matanza, brutal asesinato de millones inocentes en manos de viles seres que saborearon la locura del poder. Entre 15 a 20 millones de personas asesinadas en tan solo cuatro o cinco años. Un sistema de pensamiento que proclamó arrogantemente la instauración de un nuevo Imperio Mundial que duraría mil años. Violando todo sentido común, nos llevaron a aquel conflicto conocido como la II Guerra Mundial. Conflicto del que aún se viven las secuelas y que hemos leído en los libros de historia pero que no ha tocado a  ésta generación vivir. 
Al revisar estos horrores uno, como cristiano, se pregunta ¿cuál es el origen de esta atrocidad? ¿Cómo empezó todo esto? ¿Cómo llegó la humanidad a tal extremo? Cuando Dios creó a Adán y a Eva, los puso en un perfecto paraíso, el jardín del Edén. La tentación de Eva por parte de la Serpiente, fue que ella podría ser como Dios (Génesis 3:5). El mismo espíritu que causó la rebelión en el cielo ahora también ocasiona que la humanidad se rebele contra el Dios Santo. Así, por la caída de Adán y Eva, el hombre fue expulsado de aquel jardín y ahora está vinculado con el pecado y la corrupción. 

Si realizamos una revisión de la Palabra de Dios, podemos trazar las líneas de la historia humana de maldad hasta el primer sistema de gobierno -la primera vez que hubo dominación de hombres sobre hombres-: Babel. 

Babilonia tiene sus raíces en el Génesis, el libro de los orígenes, siendo una de las primeras sociedades de la humanidad. Luego continúa su camino a través de los siglos y se encuentra en el libro del Apocalipsis, en la desaparición de las sociedades humanas. En la Biblia, Babilonia es mucho más que una ciudad ¡Es un espíritu! Se trata de una rebelión contra todo lo que es bueno, contra Dios mismo. Es la búsqueda de la gloria propia, un egocentrismo que busca solo lo individual, es un espíritu de confusión, es la forma de hacer las cosas al modo humano en vez de al modo divino pero que no se contenta con corromper a solo a uno sino que se propone seducir y esclavizar a otros que decidan someterse a su incitación. Este espíritu que inició con Satanás, enemigo de nuestras almas, acusador, tentador y progenitor del pecado. 

El principal deseo de Satanás (Lucifer) fue el de elevarse hasta ser semejante al Altísimo. Tal es así que Isaías describe cómo Lucifer deseó ser igual a Dios. “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:12-14).  Dicha rebelión lo llevó a ser expulsado del cielo. Pero Lucifer no estuvo satisfecho de rebelarse él solo. Así, condujo a la rebelión a un tercio de los ángeles del cielo, y por eso ellos también fueron echados del cielo. Lucifer, enardecido en su furor, en su ira y en su rebelión, comandó la locura desafiante de un intento de golpe de estado, derrocar a Dios. Es ese el espíritu de Babilonia. La raíz de la maldad. El espíritu detrás del pecado.

Ahora bien, es de notar que Génesis 10:9 dice acerca del fundador de Babilonia: “Este fue vigoroso cazador delante de Jehová; por lo cual se dice: Así como Nimrod, vigoroso cazador delante de Jehová”. ¿Por qué tomó Dios advertencia especial sobre este poderoso cazador? ¿Sería porque Nimrod cazó y mató a muchos animales? No. La palabra que emplea la Biblia en el hebreo original para “poderoso”, se traduce realmente por “tirano”; así como la misma palabra Nimrod significa rebeldía. Porque Nimrod enseñó a las multitudes a rebelarse contra Dios.

En realidad él emprendió una batalla contra Dios por la lealtad de los hombres. Él estuvo descarada y rebeldemente en contra de Dios, teniendo la misma ambición de poder que tuvo Lucifer durante su intento del golpe de poder celestial. El espíritu de confusión ya había encontrado un vehículo humano - ¡Nimrod! Éste no sólo cazó animales, sino que también cazó a las almas de los hombres. Él cazó y subyugó sus almas para que siguieran sus degenerados caminos.

“Y fue el comienzo de su reino Babel, Erec, Acad y Calne, en la tierra de Sinar” (Génesis 10: 10). Este fue el primer reino que hubo después del Diluvio. Nimrod quería construir una torre para llegar al cielo. 

Génesis 11:4 dice: “Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra”. Aquí vemos un esfuerzo unificado de las gentes del mundo hacia un sólo propósito. Y lo cierto es que el problema no fue la unión sino el motivo o propósito de la unión. Ellos quisieron hacerse un nombre para sí mismos y quisieron tomar por  la fuerza las puertas del cielo, desconfiando de la Palabra de Dios -de la promesa sellada con el arcoiris- de no volver a destruir a la Tierra con un diluvio. Sus intenciones fueron promovidas por el mismo espíritu que manifestó Satanás antes de ser expulsado del cielo, y que también fue manifestado en el Jardín del Edén con Eva. Su deseo fue usurpar la autoridad de Dios pero su plan fue frustrado cuando Dios confundió sus lenguas. Y Babel, que significa “confusión”, no es confusión porque Dios trajo confusión, sino que Dios tuvo que confundir lo que estaban haciendo, porque estaban construyendo sobre una base de confusión. Luego los babilonios prefirieron utilizar un sentido más aceptable para ellos, como significando “puerta de Dios”. La advertencia de muerte que Dios finalmente ejecutó contra Adán y Eva significó su expulsión y la entrada de la muerte, el fin de la existencia del hombre.

II
Así, desde los albores de la humanidad también se nota una constante “el hombre le teme a la muerte”. Incluso los hombres buenos, al igual que los malos, intentan, luchan y pelean por todos los medios de evitar la muerte. Hubo algunos se declararon dioses; otros fabricaron mitologías y leyendas, como Nimrod; otros más adelante buscaban el “elixir de la eterna juventud” que les permitiría escapar de la vejez. El hombre siempre se preocupa de qué sucederá después de la muerte, se rehúsa a dejar de existir, busca trascender. Es curioso de pensar: un infinitesimal punto en el vasto universo que se rebela tozudamente buscando hacerse notar en la inconmensurable paradoja del espacio-tiempo de la eternidad.

Esto me recuerda como con una ligera nota de nostalgia, quizás pensando en Miriam, Aarón o -quizás incluso- en Faraón, Moisés, aquel manso hombre, ora un salmo (90:10):

“Los días de nuestra edad son setenta años; 
Y si en los más robustos son ochenta años, 
Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo,
Porque pronto pasan, y volamos.”

Dice también el apóstol, celoso ex perseguidor de la Iglesia, Pablo en Romanos 3:23 que “(...) todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios?” y sentencia más adelante en la misma carta (Romanos 6:23) “Porque la paga del pecado es muerte(...)”. Estamos condenados, la pena es terrible. Hemos pecado, debemos morir.

Pero ¿qué es el pecado? El pecado se trata de estimar como más importante la satisfacción del cuerpo, de la mente, del deseo personal, de la ambición, del hombre. Anhelar, desear insaciablemente el placer carnal de momentos que luego traerán amargos pesares. Se trata de levantar un altar y ofrendar la vida eterna, cortarla, derramarla, quemarla; para luego sórdidamente caer en el cenagoso lodo de la maldad, en una vorágine sin fin, hasta tocar el fondo y llegar a las puertas del mismísimo infierno. Porque ya no eres más un ser humano, no importa lo deslumbrantemente inteligente que quizás seas, o él incomparable éxito secular que logres o la suma incalculable de momentos de placer que acumules; cuando estás solo, lo sabes, eres un ser despreciable y abominable, digno de lástima y repudio, desesperado y atacado. Esclavo de unas cadenas que oprimen hasta asfixiar y sometido por un yugo que pesa y hiere, lacerando el alma, fingiendo una sonrisa casi plástica. Te has colocado un ‘hypokrites’, una máscara de teatro griego, una careta colocada en el rostro, interpretando un papel, un rol, una pantomima, un drama. Usas una máscara con dos agujeros inservibles porque no hay ojos, no hay visión, es todo una densa oscuridad en la que se va a tientas como dando tumbos de embriagado, y sí, embriagado, enloquecido, entregado a una mente reprobada. Eres un personaje y no una persona. El hombre no ha hecho más que arrojar sus abominaciones en el rostro de Dios; y no glorificar a Dios tiene consecuencias casi irreparables. Incluso Habacuc llega a decir (Habacuc 2:15-16) “¡Ay del que da de beber a su prójimo! ¡Ay de ti, que le acercas tu hiel, y le embriagas para mirar su desnudez! Te has llenado de deshonra más que de honra; bebe tú también, y serás descubierto; el cáliz de la mano derecha de Jehová vendrá hasta ti, y vómito de afrenta sobre tu gloria.

No en vano, el escritor de Hebreos, citando al salmista escribe:
Mas del Hijo dice:
    Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo;
    Cetro de equidad es el cetro de tu reino.
 Has amado la justicia, y aborrecido la maldad,
Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo,
Con óleo de alegría más que a tus compañeros.
(Hebreos 1:8-9)

Estamos, pues, a la merced de un Dios justo y santo. 

III
Pero entonces ¿está el hombre perdido? ¿está acabado?¿no hay acaso esperanza? ¿por qué entonces, no hemos muerto aún?¿por qué no he muerto en mis sueños?¿por qué no he muerto al momento de pecar?¿por qué no he sido fulminado en el momento que entretuve ese asqueroso pensamiento?¿por qué no entra podredumbre en mis ojos luego de contemplar absorto esa escena pecaminosa y deleitarme en mi corazón con tales hechos?¿por qué seguimos en pie?¿por qué Dios no ha blandido aún su cetro de equidad para destruir mi alma en el infierno?¿por qué es que aún puedo leer éstas líneas? "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16)

Juan también habla del ‘logos’ o el “Verbo” (Juan 1:1). Escudriñando en la mente de Dios, aquel discípulo amado que recostaba su cabeza en el pecho amoroso del Cristo -el Salvador, el Ungido, Dios manifestado en carne- logra entender que todo esto era parte del plan, el precio de la libertad. En el principio Dios tenía un plan, un pensamiento de creación detallado y minucioso. En la eternidad no había luz, vida o tierra, pero existía el pensamiento. Dios en el principio ve cosas que aún no eran. Antes que exista el tiempo (irónica situación, cuando no existía el antes ni el después) estaba Dios solo con su palabra. En el principio de la creación de Dios escribe. 

Jesús es el principio de la creación de Dios, fue la primera causa, la razón principal, la razón detrás de la creación de Dios. En Apocalipsis 22: 16 se le nombra La raíz y el linaje de David y la estrella de la mañana. Era antepasado, creador y descendiente de David. En Mateo 22:42-45 pregunta: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? De David, claro está -respondieron los fariseos- 
¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? 

Es que Jesús en realidad es el único Dios Todopoderoso, el Yo soy, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Y eso estaba encubierto de sus ojos. Luego, en el capítulo 17:5 de Juan, se relata la oración sacerdotal de Jesús: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.” El hombre, en el plan original era santo, sin pecado, sin enfermedades ni muerte, capaz de resistir a Dios. A eso se refería Jesús. Así seremos glorificados. Como dijo Pablo en 1 Corintios 15:53-55 “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”

Así será que el hombre podrá vencer, por fin, a ese viejo enemigo que siempre le lleva ventaja: la Muerte.



IV
He aquí la pregunta existencial, que alguna vez un honesto predicador contestó: “¿Por qué Dios creó los cielos y la tierra? Fue para poner en ella a su Salvador porque en el principio él pudo ver que estábamos deshechos y vio que si en algún momento llegásemos a pararnos en su presencia por la eternidad y llegar a ser como Él, entonces Él tendría que ser como nosotros.” He aquí la oración de Moisés (Salmos 90:3) “Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, Y dices: Convertíos, hijos de los hombres. Es la infinita gracia, la mansa mirada de amor del Creador que sigue alumbrando, que sigue con su mano extendida. Pedro lo dijo en Pentecostés (Hechos 2:37-39) ante la pregunta desesperada de quienes reconocen que sus manos están manchadas con la sangre del Autor de la Vida:

“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” 

Quizás en tu huida pensaste que arrebataste las llaves y colocaste candados, minas, cercos, fortalezas; crees que ni luz ni sonido te alcanzan ahora en lo más hondo de la sima, pero aún es posible que percibas su sentir. Pero Él dijo una vez: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.” (Juan 12:32). Y cumplió, colgando en una cruz, entre el cielo y la tierra, como sacrificio por tus pecados, en ofrenda de sangre a Dios, cargando con el peso de tu condena. Ahora surgen preguntas en el corazón, hay dolor, un nudo terrible en el pecho que te hace llorar como un niño pequeño que está desesperado. Te encuentras perdido en el espacio, han sido derribadas todas las fortalezas. Pero vuelve a la vida, existe de nuevo, puedes emanciparte del reino oscuro que es la nada y la muerte. El poder del Espíritu Santo de Dios puede quebrar con ahínco las cadenas de rencor que te atan presionándote hasta asfixiarte. Hoy su voz está llamando, oveja mía, hijo mío, retrocede los pasos que anduviste errante para perderte, ven y regresa al redil, cae de rodillas y siente cómo se rompe esa máscara, despójate de tus atavíos, humíllate delante de su presencia porque pronto está a  perdonarte y transformarte. Encuentra el amor.

Exigirás, entonces, una demostración de amor, porque tú has herido mucho y te han herido mucho; si vas a dar tu vida, quieres saber a quién, para qué y por qué. Y ¿qué mayor demostración que el Creador, siendo Dios decida hacerse hombre, despojarse de la gloria, caminar en nuestros pasos para humillarse hasta morir en la cruz? ¿Qué mayor que arrebatar las llaves de la muerte y resucitar para regalar salvación mediante un único y último sacrificio: su humanidad? Resulta que Dios sacrificó a su hijo para salvar a quienes crucificaron y mataron a su pueblo, a quienes lo retamos. Porque el perfecto amor echa fuera el temor y el amor es el vínculo perfecto. (1 Juan 4:18, Colosenses 3:14). Esto quiere decir que de entre todos los tipos posibles de amor, el amor de Dios espanta al temor que aflige tu alma día y noche penetrando tu conciencia acusadora. Esto quiere decir que de entre todos los tipos posibles de vínculos, de todas las uniones posibles, la mejor es el perfecto amor. Sucede que estando separados de Dios por el pecado, su amor expresado en la Cruz nos une a Él porque Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados (2 Corintios 5:19). Separados entre nosotros por nuestro orgullo, celos, envidia y mentira, su Espíritu Santo nos une como hermanos, hijos de Dios, miembros de un solo cuerpo. Separados en la Torre de Babel, fuimos unidos el día de Pentecostés en Jerusalén. 

Es momento de preparar un nuevo holocausto. Toca estabilizar el corazón, cargar las doce piedras y disponer la leña, reunir uno a uno todos nuestros sueños y anhelos, entregar nuestra vida en sacrificio; entonces esta vez no será necesario prender el fuego humano sino que descenderá desde lo alto el fuego ardiente del Espíritu Santo quemando el holocausto cuyo olor subirá como aroma agradable delante del trono de Dios. Y entonces viviremos en la eternidad. 

Johnny Vásquez