Desde que acabaron la Segunda Guerra Mundial
y la Guerra Fría, debido a los horrores que generaron la proliferación de las
ideas revolucionarias fascistas, nazistas y comunistas en las mentes juveniles,
la vida transcurre en una sociedad que se comporta de manera muy politizada,
que suele hallas formas para evadir responsabilidades a la hora de enfrentar
los problemas, que se autodefine como liberal y reprime las innovaciones o
revoluciones que impliquen una perturbación del statu quo moderno. Esta es una época donde la diplomacia repudia el
pasado y desconfía del futuro, en donde el ser un adulto maduro, educado y
tolerante ha devenido en extremos de materialismo, egocentrismo y prepotencia,
donde se proclama igualdad, integración, fraternidad, globalización, democracia
y demás valores morales que suelen repetirse en cada discurso proselitista
solamente para ser usados como herramientas para ganar adeptos. Es un época
problemática en la cual los jóvenes empiezan a tener un protagonismo notorio
que genera recelos por parte de la generación en el poder.
La problemática que se vive hoy en día se viene gestando desde el
inicio de los tiempos con las cada vez más importantes y determinantes
intervenciones juveniles, a favor o en contra de sus respectivos predecesores,
en todos los ámbitos de la sociedad existentes. Y es que esas ganas de ser
reconocidos, de romper con los esquemas y las tradiciones, de hacer gala de su
buena voluntad, de su pasión, de su misma inexperiencia, de mostrar que tienen
poder, de destacar, de impulsivamente querer cambiar el mundo de la noche a la
mañana, de hacer lo que nadie nunca antes ha hecho, de vivir, de dejar atrás
las formalidades, de renunciar a las máscaras y etiquetas sociales, de no
dejarse guiar por la razón si no por los sentimientos, de ser como son sin que
haya alguien que los señale o recrimine, esas ganas de hacer todo y nada al
mismo tiempo, de ir más allá de los límites, entre tantas otras cosas, son los
factores que han determinado la desconfianza por parte de los adultos cegados
por la razón y carentes de instintos hacia estos jóvenes cegados por la
intuición y carentes de madurez.
Habiendo explicado esto queda un par de
preguntas: ¿qué pasaría si ambas características, el raciocinio y la intuición,
se unieran en una sola persona? La idea no es nueva pero pocas veces ha sido
analizada con cabalmente y tratar de aproximarse a una respuesta es el objetivo
de éste ensayo.
Fallar es fácil y
divertido; dudar, cuestionar pero no solucionar es aun más sencillo; ser
indiferente, mirar hacia otro lado y culpar a las autoridades es lo más común;
intentar conciliar las virtudes que nos enseña la moral con la tentación del
día a día es casi imposible; criticar, protestar, hacer revoluciones sin causa
alguna, es algo a lo que se han dedicado las últimas generaciones. Este es el
motivo por el cual las verdaderas revoluciones juveniles, aquellas que surgen
por el dolor de lo que se ha perdido y el temor a perder lo que se tiene, es
que suelen caer en oídos sordos de adultos con la capacidad y la experiencia suficientes
para conciliar el sentimentalismo revolucionario junto a las virtudes del
raciocinio usando como filtro lo segundo para purificar lo primero y que aun
así se rehúsan a hacerlo por una simple razón, porque “…no se ve verdaderamente
más que con el corazón. Para los ojos, lo esencial es invisible.” (Exupery,
1943)
Pero, ¿qué es la razón?, la razón es una capacidad única del ser humano que
le permite a este estar por encima de todos los seres vivientes en la faz de la
Tierra y que consiste en discernir los pensamientos, controlar los instintos,
solucionar problemas y ejercer también el dominio sobre su propio cuerpo. La
razón, entonces, significa que el ser humano, poseedor de múltiples virtudes,
es el ser superior que demuestra sus facultades privilegiadas cuando puede
congeniar el instinto innato de supervivencia y conservación con la capacidad
que le permite dominarlos y utilizarlos para lograr un fin correctamente
determinado. Ahora bien, la razón es algo que implica más que un concepto
tan simple como eso: el uso de la razón en términos más científicos se podría
definir como un proceso psicológico con implicancias, a veces, físicas que
compromete al cerebro y alguna sustancia metafísica indeterminada conocida como
"mente" y que se halla dentro del mismo, con el propósito de hacer el
ciclo vital humano un tanto más acorde con los límites socialmente aceptados de
la coherencia. Podemos determinar entonces, a partir de esta breve
definición que ni los adultos ni los jóvenes cumplen cabalmente
con estos requisitos y por lo tanto no son usuarios asiduos de la razón.
“Eres responsable de lo que has domesticado.
Eres responsable de tu rosa…” (Exupery, 1943), con esas palabras, el autor,
termina de plantear una interesante tesis.
Entonces no es una cuestión meramente de edad
sino más bien de voluntad; los instintos, las emociones, la razón y la
responsabilidad. En "El Principito", libro magnánimo del inigualable
Saint Exupery quien fuera un genio escritor y también aviador que vivió de
cerca las barbaridades de las guerras mundiales; se condena tácita pero
enérgicamente las revoluciones sin sentido y se propone en aquel diálogo entre
el zorro domesticado por el protagonista y este último, donde conversan
sobre la importancia del corazón, de los ojos, de lo esencial, de la
vida; una unión de virtudes en pos de la paz mundial.
Hoy, casi medio siglo después de
la primera publicación de éste libro, si Saint Exupery se levantara,
tendría ganas de volver a desaparecer tal cual su amado principito.
Probablemente nunca un escrito literario sea suficiente para analizar con la
debida profundidad estos temas, pero se puede dejar una reflexión: Dios creó al
hombre como un ser racional pero el hombre se fuerza a convertirse en un ser no
razonable, una revolución solo triunfará cuando todos sus actores decidan
unirse con medios correctos para lograr un fin legítimo.